martes, 23 de diciembre de 2008


UN FANTASMA

Definitivamente lo peor era acostarse y despertarse sola todos los días, cada amanecer, el frío de la otra mitad de la cama era desolador.
Cada maldito rincón de la casa olía a él, los recuerdos estaban grabados, en cada azulejo, cada canilla, en cada lámpara, en cada silla. Se había tomado el trabajo de retirar cada foto suya, sin embargo, a medida que pasaban las horas, seguía descubriendo detalles que le recordaban, no tanto que él había vivido allí, sino que él ya no lo hacía.
Los primeros tres días, estuvo acuñada en el sillón, aquel en el que tantas veces habían hecho el amor, ni siquiera se levantó a comer, ni a bañarse, nada le importaba, nada, estaba anestesiada.
Lo que más le costaba entender era que él no tuviera la misma necesidad de ella, que ella de él. ¿Cómo podía vivir sin ella, si ella se estaba muriendo sin él? ¿Cómo era posible que pudiera seguir viviendo, cómo pudo haber dejado atrás tanto amor, tantas noches de amor hasta quedar sin aliento, así, nada más?
A pesar de las falsas promesas de estar bien, no lo lograba, estaba empecinada en estar mal, quería castigarse por haber dejado ir al amor de su vida. Como al césped que regaron juntos cada día y cada noche, y que luego, sin motivo alguno dejaron de hacerlo, así como el césped que dejaron morir, dejaron morir a su amor. Su amor que sería eterno, sus planes de casamiento, de un hijo, de envejecer juntos y morir de la mano, pero todo fue tan efímero, tan terrenal, tan mortal.
Nunca había conocido a un hombre que oliera tan bien, jamás olía mal, jamás, incluso luego de estar trabajando bajo el látigo del sol todo el día, luego de correr por la arena pesada de la playa, o luego de haber hecho el amor durante horas y horas.
Él tiene la piel más suave del mundo, los ojos más tiernos, los besos más profundos, los brazos más fuertes, el mejor sexo; él tenía su medida, estaba hecho para ella y ella para él.
Era su culpa, ella lo sabía, ella había transformado a un ser maravilloso en un ser despreciable, su amor, no era bueno, era mucho, era eterno, pero lo cambió.
Nada quedaba en él de aquel hombre suave y tierno, casi tímido que la miraba entre sus pestañas, nada quedaba de él, ahora tenía la mirada dura y la sonrisa forzada. Ella lo destruyó, destruyó al amor de su vida y ahora pagaba caro eso, lo pagaba con soledad.
Pensó en la manera de terminar con el sufrimiento de una vez por todas, pero los ojos de sus hijos le sacaron el valor. Se transformó en un fantasma y así estaba condenada a vivir el resto de su vida, un fantasma sin corazón, porque se lo había dado a él y él se lo llevó cuando se fue.